miércoles, 3 de agosto de 2016

Tríptico de tierra II

4:34 marcaba el reloj. La premura la invadió mientras juntaba unas pocas pertenencias y guardaba el dinero dentro del policromático bolso. - Ya es muy tarde – pensó mientras salía del caluroso cuarto, evitando que el hombre que se bañaba en la pequeña ducha del fondo la escuchara salir. Cada vez le costaba más seguir dejando un poco de su alma en cada cama, en cada cliente. Dejó el lugar sin mayor vestigio de pasado, cruzó la calle y caminó un par de cuadras hacia la parada del bus. Maldijo de nuevo al ver la hora. Había perdido diez minutos discutiendo con el hombre por un par de miles de pesos. Veía en retrospectiva que tal vez habría sido más rentable perder ese dinero por evitar el afán. Sonrió un poco al caer en cuenta que sólo a sus cuarenta años recién entendía aquel esquivo lema de que el tiempo es oro.


Sumida en la prisa abordó el bus. No era este el que más la acercara a donde estaba su hija, pero prefería caminar un poco más en lugar de esperar en esa calle humeante. Volteó los ojos cuando pasó frente al joven que se aislaba en su música a través de sus audífonos. Le molestaba profundamente que otros lograran ser islas en medio de un océano, cuando ella no podía dejar de sufrir el mundo. Se reprochó en silencio desearle el mal a aquel joven. Miró hacia el fondo del bus buscando un lugar, pero prefirió evitar a toda costa la muchacha que miraba hacia la calle como si descubriera el mundo por primera vez. Se sentó en el medio, lo odiaba. Hizo un esfuerzo casi grotesco por evitar que el delicado vestido se ensuciara. Lo había comprado (irresponsablemente) sólo para que ella la viera engalanada y tal vez así hiciera más fácil evitar las preguntas sobre el tiempo que llevaba sin verla.

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