jueves, 4 de agosto de 2016

Tríptico de tierra III

El reproductor le sugería la versión original de Dave Brubeck de Take five. Dudó un par de segundos y decidió pasar la canción. Había descubierto el jazz gracias a Cortázar, como tantos adolescentes con un ímpetu significativo de pretensión. Avanzó un par de canciones hasta que se detuvo en el eterno Miles Davis y su brillante Freddie freeloader. Se sintió parte de un enorme cliché de ciudad intermedia que se repite generación tras generación, como búsqueda infinita de huir de lo ordinario, con el irónico destino de matricularse en la exclusividad de lo masivo.

Dos personas se acercaron a la parada refugiándose del calor, sólo ahí volvió en sí para abordar el bus que se acercaba. No había mucho apuro, el café del pasaje comercial con impostado aire parisino estaría vacío a esa hora y sin problema hallaría un espacio en la barra. Le gustaba hablar con Ángela y David, le daba una sensación de estarlos educando a pesar de la marcada diferencia de edad. A pesar de la música en sus oídos hizo espacio para saludar al conductor, la cortesía no se negociaba nunca. De nuevo volvió a perderse en el pequeño reproductor que ahora sonaba Naima del incansable John Coltrane, y sin darse cuenta ya estaba sentado en cualquier lugar del bus. A pesar de su corta experiencia en la vida ya había perdido la ilusión de sentarse junto a una hermosa y efímera mujer que deviniera en un encuentro sexoliterario.


Seguía los compases de la música con sus dedos procurando no hacer mucho ruido que le trajera miradas de reproche de los otros pasajeros. Cuando hizo un recorrido visual para corroborar que era invisible notó que había mucha más gente de la que pensaba. Nadie llamativo, salvo un vestido colorido de una señora atrás de él. - Ni una historia que amerite ser contada – pensó. El reproductor sugería Satin Doll del “Duke” y creyó que algo mejor podría salir de ahí. 

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