El
reproductor le sugería la versión original de Dave Brubeck de Take
five. Dudó un par de segundos y decidió pasar la canción. Había
descubierto el jazz gracias a Cortázar, como tantos adolescentes con
un ímpetu significativo de pretensión. Avanzó un par de canciones
hasta que se detuvo en el eterno Miles Davis y su brillante Freddie
freeloader. Se sintió parte de un enorme cliché de ciudad
intermedia que se repite generación tras generación, como búsqueda
infinita de huir de lo ordinario, con el irónico destino de
matricularse en la exclusividad de lo masivo.
Dos
personas se acercaron a la parada refugiándose del calor, sólo ahí
volvió en sí para abordar el bus que se acercaba. No había mucho
apuro, el café del pasaje comercial con impostado aire parisino
estaría vacío a esa hora y sin problema hallaría un espacio en la
barra. Le gustaba hablar con Ángela y David, le daba una sensación
de estarlos educando a pesar de la marcada diferencia de edad. A
pesar de la música en sus oídos hizo espacio para saludar al
conductor, la cortesía no se negociaba nunca. De nuevo volvió a
perderse en el pequeño reproductor que ahora sonaba Naima del
incansable John Coltrane, y sin darse cuenta ya estaba sentado en
cualquier lugar del bus. A pesar de su corta experiencia en la vida
ya había perdido la ilusión de sentarse junto a una hermosa y
efímera mujer que deviniera en un encuentro sexoliterario.
Seguía
los compases de la música con sus dedos procurando no hacer mucho
ruido que le trajera miradas de reproche de los otros pasajeros.
Cuando hizo un recorrido visual para corroborar que era invisible
notó que había mucha más gente de la que pensaba. Nadie llamativo,
salvo un vestido colorido de una señora atrás de él. - Ni una
historia que amerite ser contada – pensó. El reproductor sugería
Satin Doll del “Duke” y creyó que algo mejor podría salir de
ahí.
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