miércoles, 24 de agosto de 2016

Scrum

Barbas llegó tarde a la daily meeting como lo había hecho toda la semana. El ritmo de trabajo era agotador y tenía represadas varias tareas que en realidad nunca había entendido. La definición del proyecto humanidad era un mar de dudas y generalidades sin mucha profundidad. Barbas culpaba a los dueños del producto por introducir la posibilidad del libre albedrío como un requisito indispensable para la primera fase. Le parecía más sensato construir un prototipo determinista aconductable y probarlo en un ambiente relacional y luego, sólo si era rentable, llenarlo de características libertarias.

El gordo Buda y el pulpo Ganesha se reían de él entre dientes. Habían dejado de ser juniors en el desarrollo y les gustaba burlarse de la desgracia del novato cuando lo veían cometer los mismos errores que ellos cometieron siglos antes.

La standup meeting la conducía Cronos. Tenía reputación de hambriento y le gustaba avanzar rápidamente en los temas sin detenerse mucho en detalles. Barbas sudaba de la ansiedad y esperaba que algo interrumpiera para siempre la reunión antes de que Cronos le preguntara por su estatus. Su poder aún no llegaba al grado de omni. Entre palabras cortadas y dudas respondió que su avance era mínimo y que tenía varios bloqueos para crear al hombre. No sabía bien cómo aplicar el concepto de moral para el producto terminado. En sus pruebas unitarias obtenía un error en el proceso ante las dicotomías. Cronos ya estaba desesperado con las excusas de Barbas y decidió quitarle la carga de tareas y redistribuirlas entre los desarrolladores más experimentados. La sonrisa de Buda y Ganesha desapareció cuando entendieron que tendrían que revisar y corregir las sandeces que Barbas había estado programando. Barbas estaría encargado de la hoja de estilos del producto y de hacerlo adaptable y comprensivo de acuerdo a género, raza y orientación sexual.


Siglos después la empresa contrató a un desarrollador junior con ínfulas de senior al que apodaban Superioridad para tratar de corregir las fallas de Barbas en esta nueva tarea.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Epílogo malogrado

La noticia era bastante escueta. El bus de servicio público había sufrido un accidente por la imprudencia del conductor y al estrellarse contra un camión que cruzaba en ese momento habían perdido la vida 3 pasajeros. El conductor y un par de pasajeros más resultaron ilesos o con heridas menores. Las tres víctimas habían sido identificadas por sus nombres pero en la noticia no se daba otra descripción o característica. Lida había leído una y otra vez el informe en la prensa, había buscado en otros medios y no encontró más que una réplica adaptada de la misma fuente. Aún le costaba entender cómo había salido viva del accidente cuando recordaba el fuerte golpe contra la silla frente a ella. Le costaba visualizar los segundos posteriores al impacto, sólo recordaba haber despertado en medio de una cantidad de curiosos que gritaban y lamentaban el hecho.


Leía nuevamente los nombres de las víctimas, preguntándose por qué justamente ellos y no ella. Esa incertidumbre que brinda el sobrevivir sin más justificación que el azar. Tal vez intentaba expiarse de una culpa que evidentemente no era suya, pero que sin querer estaba cargando. Ya había logrado identificar los rostros de las tres víctimas, su mente los ponía nuevamente en aquel bus e intentaba traer a la memoria las impresiones que se había hecho de ellos cuando los vio efímeramente al abordar. No había ninguna historia en particular digna de ser contada. Eran sólo tres coyunturas sin algo extraordinario que coincidían en un espacio – tiempo sin otra particularidad que la casualidad fatal posterior. Sintió un poco de tristeza por no tener mucho más para decirse. Le pareció frívolo que la vida pasara de forma tangencial sobre ella. Ya volvería a sonreír cuando la memoria cubriera el dolor.

jueves, 4 de agosto de 2016

Tríptico de tierra III

El reproductor le sugería la versión original de Dave Brubeck de Take five. Dudó un par de segundos y decidió pasar la canción. Había descubierto el jazz gracias a Cortázar, como tantos adolescentes con un ímpetu significativo de pretensión. Avanzó un par de canciones hasta que se detuvo en el eterno Miles Davis y su brillante Freddie freeloader. Se sintió parte de un enorme cliché de ciudad intermedia que se repite generación tras generación, como búsqueda infinita de huir de lo ordinario, con el irónico destino de matricularse en la exclusividad de lo masivo.

Dos personas se acercaron a la parada refugiándose del calor, sólo ahí volvió en sí para abordar el bus que se acercaba. No había mucho apuro, el café del pasaje comercial con impostado aire parisino estaría vacío a esa hora y sin problema hallaría un espacio en la barra. Le gustaba hablar con Ángela y David, le daba una sensación de estarlos educando a pesar de la marcada diferencia de edad. A pesar de la música en sus oídos hizo espacio para saludar al conductor, la cortesía no se negociaba nunca. De nuevo volvió a perderse en el pequeño reproductor que ahora sonaba Naima del incansable John Coltrane, y sin darse cuenta ya estaba sentado en cualquier lugar del bus. A pesar de su corta experiencia en la vida ya había perdido la ilusión de sentarse junto a una hermosa y efímera mujer que deviniera en un encuentro sexoliterario.


Seguía los compases de la música con sus dedos procurando no hacer mucho ruido que le trajera miradas de reproche de los otros pasajeros. Cuando hizo un recorrido visual para corroborar que era invisible notó que había mucha más gente de la que pensaba. Nadie llamativo, salvo un vestido colorido de una señora atrás de él. - Ni una historia que amerite ser contada – pensó. El reproductor sugería Satin Doll del “Duke” y creyó que algo mejor podría salir de ahí. 

miércoles, 3 de agosto de 2016

Tríptico de tierra II

4:34 marcaba el reloj. La premura la invadió mientras juntaba unas pocas pertenencias y guardaba el dinero dentro del policromático bolso. - Ya es muy tarde – pensó mientras salía del caluroso cuarto, evitando que el hombre que se bañaba en la pequeña ducha del fondo la escuchara salir. Cada vez le costaba más seguir dejando un poco de su alma en cada cama, en cada cliente. Dejó el lugar sin mayor vestigio de pasado, cruzó la calle y caminó un par de cuadras hacia la parada del bus. Maldijo de nuevo al ver la hora. Había perdido diez minutos discutiendo con el hombre por un par de miles de pesos. Veía en retrospectiva que tal vez habría sido más rentable perder ese dinero por evitar el afán. Sonrió un poco al caer en cuenta que sólo a sus cuarenta años recién entendía aquel esquivo lema de que el tiempo es oro.


Sumida en la prisa abordó el bus. No era este el que más la acercara a donde estaba su hija, pero prefería caminar un poco más en lugar de esperar en esa calle humeante. Volteó los ojos cuando pasó frente al joven que se aislaba en su música a través de sus audífonos. Le molestaba profundamente que otros lograran ser islas en medio de un océano, cuando ella no podía dejar de sufrir el mundo. Se reprochó en silencio desearle el mal a aquel joven. Miró hacia el fondo del bus buscando un lugar, pero prefirió evitar a toda costa la muchacha que miraba hacia la calle como si descubriera el mundo por primera vez. Se sentó en el medio, lo odiaba. Hizo un esfuerzo casi grotesco por evitar que el delicado vestido se ensuciara. Lo había comprado (irresponsablemente) sólo para que ella la viera engalanada y tal vez así hiciera más fácil evitar las preguntas sobre el tiempo que llevaba sin verla.